No me gusta revisar mis novelas. Es la parte más aburrida (y deprimente) de todo el proceso de escritura. No solo ya me sé todo lo que pasa entre las páginas, sino que además, cuando termino de escribir la obra me encuentro en un estado de éxtasis en el que creo que mi obra es maravillosa y perfecta y, cuando empiezo a releerla me doy una buena torta contra la realidad. Las altas expectativas conllevan grandes decepciones. Por suerte, la sensación de horror suele embargarme solo durante los primeros capítulos de la primera relectura de la novela, en las sucesivas revisiones ya se me ha pasado el subidón escrituril y veo la novela como la vería un lector, no la autora.
Dicho lo dicho, he de decir que yo reviso mis novelas bastantes veces antes de darles el visto bueno. Somos escritores, no solo debemos saber contar historias de tal manera que gusten sino que debemos saber escribir. Que un escritor envíe a una editorial un manuscrito plagado de erratas me parece feo (y contraproducente, si de verdad quiere que le publiquen), pero si hablamos de una autopublicación, que un autor no dedique el tiempo necesario a revisar su novela es un error terrible. Cuando veo gente que escribe emails, currículums o notas con faltas de ortografía me llevo una mala impresión de ellos, ¿pero un escritor que ofrece una obra plagada de erratas y frases con estructuras más que cuestionables? Eso ya es alta traición al oficio.
Me decía alguien que un cuentacuentos debe saber contar las historias de tal forma que sean atractivas, que las correcciones y las normas gramaticales y ortográficas son para los correctores… pues lo siento pero no opino igual. Si trabajas con las letras, tienes que ser un experto en ellas.
No con ello quiero decir que si los autores fueran buenos escritores debería prescindirse de los correctores, pues cada una de estas figuras hace su labor (y si no que se lo digan a Syra Rct [¡visitad su página!], que últimamente ha sido lectora cero de mis novelas y por muy perfecta que yo considere que está la obra, ella siempre me saca cosas aun haciendo la función de lectora beta y no de correctora), pero sí que considero que los autores deberían esforzarse más para aprender sobre su cambiante lengua, sobre las reglas de este idioma nuestro.
Y sí, es difícil, y no, no vale solo con leer. Yo llevo leyendo desde bien pequeña y hasta que alguien me dijo «oye, ¿no te has dado cuenta de que los guiones de los libros no son los mismos que pones tú?» no me di cuenta de que -, – y ― no son lo mismo. Hasta que un profesor de la universidad en clase de español (sí, he tenido clases de español durante toda la carrera, igual que tuve de inglés) nos instruyó que las comillas españolas son estas «» y no estas “” y mucho menos estas ‘’ yo no me di cuenta…
Los escritores deben ser estudiantes de por vida y su temática de estudio ha de ser su propia lengua, esa con la que trabajan a diario y que siempre nos da sorpresas, ya sea por cosas tan elementales como los guiones o las comillas y que suelen afectar a los noveles, o con cosas nuevas como las nuevas acepciones del diccionario de la lengua que nos afectan a todos por igual, noveles, experimentados y consagrados.
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